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Esta ficción inicia al amanecer del domingo 14 de febrero en el Campo Militar Marte de la ciudad de México. Su preparación empezó antes, desde que los miembros del crimen organizado, infiltrados en el Ejército, le reportaron al jefe del operativo la hora y el lugar en el que estaría el comando del Estado Mayor Presidencial, esperando el helicóptero en el que viajaría el papa Francisco hasta el helipuerto Ballisco, para de ahí proseguir en el papamóvil los 10 kilómetros que lo separan del Centro de Estudios de Ecatepec donde, se supone, el pontífice dirá una misa multitudinaria.

Con el alba, una tanqueta escoltada por un vehículo militar donde viajan 10 soldados de élite arriban al famoso campo, que lo mismo sirve para un partido de polo que para rendir homenaje a los militares caídos en cumplimiento del deber que para una exposición canina organizada por las damas protectoras de animales, a beneficio de los perros callejeros.

Acostumbrados a obedecer sin chistar, uno de los soldados rompe esta regla al comentarle a un compañero: “No sé para qué nos traen tan temprano. El helicóptero va a llegar a las 8”. “Son órdenes de los jefes que quieren prever cualquier contingencia”. “Además, somos soldados de la patria —mete baza un tercero— tenemos fama de no quejarnos de nada”. “A la mierda el prestigio —dice el de junto— yo tengo frío”.

Mientras los vehículos militares se estacionan, del bosque de Chapultepec que rodea el lugar, se desprenden entre 15 y 20 sombras, sicarios dispuestos a todo, disciplinados y entrenados como el más selecto de la escolta a la que enfrentarán. Son más que los militares y vienen bien pertrechados. Aunque traen armamento del más sofisticado, la orden es no hacer un solo disparo; aprovechar la ventaja numérica y el factor sorpresa para pasar por cuchillo a los verdes.

Casi es de día cuando los sicarios llevan los cadáveres de los soldados asesinados —que fueron todos— al Casino Militar, contiguo al campo. Los nuevos muertos le harán compañía a los dos veladores acuchillados antes. Los sicarios se cambian de ropa. Tienen una dotación de uniformes, a su medida, iguales a los usados por los difuntos.

Los falsos soldados ensayan la formación con la que recibirán a su santidad, así como todas las cuestiones protocolarias que los infiltrados les han enseñado.

A las 8 de la mañana en punto se divisa un helicóptero, el piloto de la aeronave se comunica por radio con el falso jefe de la escolta militar; se ponen de acuerdo para aterrizar sin dificultad alguna. La escolta saluda militarmente la orden del supuesto jerarca, quien invita a los aeronautas a tomar café en el casino.

Van al casino donde antes de darles café, les dan cuello. Sus remplazos son miembros de la banda con amplios conocimientos para operar cualquier vehículo aéreo. Lo primero que hacen es instalar un potente radar en la nave en la que viajara el papa.

A las 9 y media de la mañana, el pelotón y los dos pilotos están listos para recibir al Obispo de Roma, que desciende de un automóvil. En otros vehículos lo acompañan miembros de la alta jerarquía católica y algunos funcionarios de Gobernación. La escolta militar rodea al santo padre y a su secretario protocolariamente, hasta que abordan el helicóptero donde ya están piloto y copiloto que besan el anillo papal, que les parece una bagatela comparado con los que usa el más jodido de los narcos.

La nave toma altura. El espurio mando militar ordena a su gente que marchen a paso veloz hacía el casino. Ahí se quitan la ropa militar y vestidos de manera casual, salen cada uno por su lado.

Diez minutos después el piloto del helicóptero anuncia a la base que tiene en su poder al pontífice: “Si no quieren que le suceda nada, que no nos siga ninguna nave. Tenemos un potente radar y en cuanto detectemos una nave cercana nos deshacemos de él. ¿Quieren oírlo? “Yo estoy bien, ¿viste? Pero no sé qué quieren de mí estos boludos”. “Escuchen nuestra petición: dentro de cinco minutos aterrizará un helicóptero en la Prisión del Altiplano. Esa nave debe ser abordada por el Chapo Guzmán, sólo así no le pasara nada a nuestra santa carga. Cambio y fuera.

Ante tal amenaza, Osorio Chong ordena poner al Chapo en ese helicóptero que vuela hasta San Juan del Río, donde el capo aborda un avión privado que lo lleva a Badiraguato. Un poco después, aterriza en esa población el helicóptero en el que viaja Francisco. El Chapo lo recibe con fervor y besa su mano. “Bienvenido a Badiraguato su santidad. Amá”. Todos los mirones se hacen un lado para que una mujer sencilla vaya con su hijo. “Ya le cumplí su deseo de conocer al papa. Ya nomás falta una cosa don Francisco: quiero que me case por la Iglesia”.

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La pareja se veía feliz y radiante. La diputada Lucero Sánchez López fue madrina de lazo; la actriz Kate del Castillo fue madrina de arras. Yolanda Andrade le levantó la cola a la novia.