Pero ni los más rebuscados defensores de la causa gubernamental se atreven a negar que han bajado las expectativas de crecimiento, no sólo este año sino en adelante
La obsesión del régimen de la mano de sus voceros de evitar a toda costa que se hable de una recesión en México atiende a esa necesidad de infalibilidad que es una obsesión del régimen.
Claramente para López Obrador nada le salía mal y si algo estaba fuera de lugar siempre era responsabilidad de alguien más, habitualmente de los adversarios que conspiraban dentro y fuera del país para que fracasara su Cuarta Transformación.
Su sexenio terminó con la convicción de no pocos de sus seguidores de que todo estuvo requetebién, sus proyectos fueron acertados: Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles, Tren Maya, salud de Dinamarca, abrazos no balazos y un fabuloso desempeño económico.
Del otro lado, están los datos. Sus elefantes blancos viven del subsidio gubernamental, el sistema de salud claramente era mejor con el Seguro Popular, adiós abrazos y la economía que en todo el sexenio tuvo un crecimiento promedio de 0.8% anual.
Hoy, con la publicación de la estimación oportuna del comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) al cierre del primer trimestre de este año habrá maromas para explicar que el dato que resulte sea arriba, cercano o debajo del cero, no es una recesión en combinación con el resultado negativo de -0.6% del cuatro trimestre del 2024.
Y, efectivamente, puede no tener cabida el tecnicismo de dos trimestres consecutivos con datos negativos para calificar la actual condición de la economía mexicana como recesión.
Pero eso no significa que no haya que tomar en cuenta los factores que se combinan para hacer una tormenta perfecta que golpea a la economía mexicana y que no tiene pronóstico de mejora en los trimestres por venir.
Lo menos grave es la curva de aprendizaje de cualquier nuevo gobierno, todos inician con esa cuota de no crecer por aprender. Más grave es tener que mantener los inútiles proyectos del sexenio pasado por la obligación ideológica de defenderlos y por la necesidad presupuestal de mantenerlos, porque ya están ahí.
Después, como un factor externo fundamental, hay una ruptura provocada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que con sus aranceles ha destruido certezas a nivel global, para México el impacto es mayor por la interdependencia en los más amplios rubros.
En materia interna, hay una urgente necesidad de corregir los desbalances fiscales y atener los crecientes niveles de deuda pública respecto al PIB. No olvidemos Pemex.
Y como punto central de los lastres reales que enfrentará la economía mexicana está el cambio de modelo hacia una centralización con tintes autoritarios, que influye inevitablemente en la confianza.
Entonces, discutir si con los datos que hoy publicó el Inegi la economía mexicana está o no en recesión es un poco estéril. Hay diferentes indicadores que contrastan y que apuntan a que algunas actividades económicas son más resilientes que otras.
Pero ni los más rebuscados defensores de la causa gubernamental se atreven a negar que han bajado las expectativas de crecimiento, no sólo este año sino en adelante.
Eso es lo que cuenta, ¿cuál es el nuevo nivel de crecimiento inercial de la economía mexicana? Si en lo que llaman la época neoliberal era de 2% anual, ¿debemos tomar el 0.8% de López Obrador como la nueva referencia?