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Hoy tengo una propuesta ciudadana para nuestros legisladores, modificar la Ley sobre el escudo, la bandera y el himno nacionales a fin de incorporar la palabra “güey” como uno de los símbolos patrios. No, no es una broma, a continuación explico los fundamentos de mi propuesta.

Hace unos años, durante la cobertura del Festival Cervantino, me tocó viajar a Guanajuato con el Quinteto Real, un grupo argentino de tango. El transporte hizo una parada en una plaza comercial de Querétaro, ahí nos topamos con un grupo de muchachos que se llamaban entre sí “güeyes”.

Uno de los integrantes del grupo me preguntó lo que quería decir “güey”. Le comenté que era un adjetivo que se derivó de buey (toro que es castrado), le subrayé que la palabra se usaba como ofensa, pero que de un tiempo a la fecha también se empleaba para dirigirse a personas sin decir su nombre.

Luego de escuchar mi explicación, el músico argentino me dijo:

“Entonces, si yo le digo a un mexicano ¡hola güey!, como se dice en los programas no estaría bien.”

Pues no, le respondí. No está bien, menos si no tienen una relación de mucha confianza.

Después de la conversación puse atención en series extranjeras en las que “mexicanos” conversaban coloquialmente; en todas, pero literal en todas, siempre usaban el adjetivo “güey” o bien “güee”.

El fenómeno de la palabra “güey” forma parte de la pérdida social del lenguaje. En su más reciente colaboración en el programa radiofónico de Joaquín López-Dóriga, el doctor José Antonio Lozano Díez, presidente de la junta de gobierno de la Universidad Panamericana, comentó que esta pérdida es causa de muchos de los problemas que se viven actualmente, incluso en el ámbito de la política.

“El idioma español tiene más de 250 mil palabras. Dos personas cultas utilizan en una conversación no más de 3 mil 200… Los chavos hoy, los jóvenes, utilizan 300 palabras para comunicarse, de las cuales 78 son groserías y 37 son emoticones… Si nos fuéramos a ciertas canciones, por ejemplo, en algunas de reggaeton no se utilizan más de 30”, comentó el académico.

La pérdida y posterior vulgarización del lenguaje, dice el doctor Lozano, tiende a crear un ambiente antiético y de crispación.
Esta falta de lenguaje la observamos en nuestra clase política. Pongamos como ejemplo al presidente López Obrador (aunque no queramos, es nuestro presidente). Él debiera fomentar el diálogo y la conciliación; sin embargo, todos los días lo podemos escuchar insultando a los que no piensan como él.

El más reciente episodio de la falta de lenguaje y por lo tanto de argumentos de nuestro mandatario se dio al referirse a los participantes en la marcha en apoyo al INE, a quienes calificó de clasistas, racistas, rateros y un largo etcétera de insultos. Los insultos presidenciales son signos de su falta de lenguaje, pero también de su soberbia, sentimiento que es la perdición de cualquier político.

Algunos de ustedes, amables lectores, podrán decir que el fenómeno de la pérdida del lenguaje se dio en gran parte por la pérdida y el cambio de valores, la poca lectura o la tecnología, entre otros. Tienen razón. ¿Cómo la solucionamos?

Creo que como sociedad nos hace falta reencontrarnos con nosotros mismos, dejando a un lado, por unas horas las pantallas y los monitores para volver a convivir, a sentirnos, a tocarnos. Debemos aprender a leer en estos tiempos digitales que nos traen infinidad de información, para escoger la que sea real y nos sirva para ser mejores. Sólo así podremos evitar que un “güey” aparezca junto a nuestros símbolos patrios.

EN EL TINTERO

Recientemente en su cuenta de Instagram, la profesora Delfina Gómez, virtual candidata de Morena a la gubernatura del Estado de México, publicó una fotografía al lado de Horacio Duarte en la que tienen como fondo el palacio de gobierno de Toluca. Aunque en la descripción Gómez felicita a Duarte por su cumpleaños, yo la nombraría suspiros, véala y me da su opinión.

@mcamachoocampo

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