Estamos en primavera. El diagnostico fue rápido: la avecilla sufría un golpe de calor. Es común que, sobre todo las hembras, caigan agotadas al salir del nido a buscar comida
Toda la noche oí volar pájaros. En la mañana, descubrí un colibrí tendido en el pasillo. Estaba inmóvil, con los ojos abiertos. La avecilla tuvo suerte de que la viera: dedico mi tiempo a rehabilitar aves. Rescaté palomas, arrendajos, gorriones. Nunca había salvado un colibrí.
Estamos en primavera. El diagnostico fue rápido: la avecilla sufría un golpe de calor. Es común que, sobre todo las hembras, caigan agotadas al salir del nido a buscar comida. Permanecen quietas para bajar su temperatura corporal. Casi siempre sobreviven.
Aunque hay que dejarlas en su sitio. Quienes hallan pájaros sin volar y desean auxiliarlos, los suelen mover o llevar a casa; les dan pan mojado en leche. Pero, ojo, hacer todo eso puede matarlos. Casi siempre lo único que necesitan es un rato de recuperación.
Acompañé un rato a la joya viva. Le refresqué el piquillo con un poco de agua. Tras 15 minutos, se fue en un nervioso batir de alas. Pero no puedes encontrar un colibrí sin consecuencias: son portadores de señales, pensamientos y conexiones espirituales.
Por eso zumbó enseguida mi teléfono con un mensaje de WhatsApp: mi amiga Haydee Milanés avisaba que este viernes estrena su sencillo Un amor que se demora, con arreglo de Eduardo Cabra (Visitante) fundador de Calle 13, con René Pérez ( Residente).
Y la canción que más me gusta escucharle a Haydee es El colibrí. La canta en la toma final de la película cubana Santa y Andrés: la protagonista barre en una vaquería, después de que un amigo gay, perseguido por escribir literatura, se lanza al mar para emigrar.
En la cinta, cae la tarde antillana y las penumbras empiezan a envolver a la mujer, que sigue barriendo entre vacas, con pasión, voluntad, con dignidad. Y entonces entra la voz cristalina de Haydee, sin instrumentos: sólo su voz noble, llena de amores.
La canción cuenta la historia de una flor que está a orillas de una fuente y es arrancada por un huracán. Un colibrí que vuela por allí se lanza para salvarla del arroyo. Y cada vez que el colibrí, con el pico la tocaba, se sumergía él mismo en el agua con la flor.
Al final, el colibrí cae desmayado en la corriente y corre la mala suerte de la flor. Dice la canción que, así como el colibrí, hay en el mundo seres: que la vida les cuesta un tesoro.
Oigo a menudo El colibrí. Siempre me hace pensar en el destino de los emigrados: ellos, como en el ave de mi pasillo y la de la canción, viven desmayados y caen, se levantan, vuelan. Y la vida les cuesta un tesoro.
Como Haydee, que es inmigrante.
Y tiene que cantar fuera de su país.