Cuando escuché por primera vez en la vida la expresión “hijo de puta”, fue en boca de mi padre al referirse a Francisco Franco
Tendría yo seis o siete años de edad cuando escuché por primera vez en la vida la expresión “hijo de puta”, fue en boca de mi padre al referirse a Francisco Franco. Ya más grande —no mucho— supe el significado de la frase. Todavía pasaron algunos años para saber, bien a bien, quien era Francisco Franco, y la motivación del enunciado paterno.
Mi familia formó parte de los 400,000 españoles republicanos, el cálculo es del historiador inglés Paul Preston, que salieron de España tras la derrota del Frente Popular defensor de la legalmente constituida segunda República Española, que fue traicionada por el Ejército rebelde al que apoyaron la aristocracia monárquica, la oligarquía, los terratenientes, la iglesia católica y la descarada ayuda de Hitler y Mussolini, que aprovecharon el conflicto español para probar el armamento que pocos años después usarían en la Segunda Guerra Mundial.
He citado a Paul Preston, un inglés que escribió La Guerra Civil Española, libro en el que explica cómo surgió la traición de los militares —el bando nacionalista— contra la república —el bando de las izquierdas divididas (¿hay otras?) que abarcaban desde el socialismo moderado hasta el anarquismo radical y violento.
La conspiración que condujo al alzamiento del ejército contra la república el 17 y 18 de julio de 1936 —datos de Preston— fue cuidadosamente planeada. En ella participaron los generales José Sanjurjo y Gonzalo Queipo de Llano —de la vieja guardia falangista— así como los jóvenes Emilio Mola, Joaquín Fanjul, Manuel Goded y Francisco Franco. Al parecer éste era el más dubitativo de todos. Inclusive le escribió una carta al presidente del Consejo de Ministros de la República, el ingenuo abogado Santiago Casares Quiroga, donde le insinuaba que si bien era hostil a la república, si le asignaban un puesto mejor estaba dispuesto a desbaratar el complot. La carta brindaba al presidente del Consejo de Ministros la oportunidad de neutralizar a Franco fuera sobornándole o arrestándolo. Pero Casares Quiroga era un pusilánime. (En cambio Franco era un fusilánime: le complacía fusilar a sus enemigos —esto no lo dice Preston, lo digo yo).
La carta de Franco a Casares era un ejemplo típico de la manera socarrona y astuta que el nacido en el Ferrol, Galicia, el 4 de diciembre de 1892, siempre tuvo para abordar los asuntos. Su deseo era estar con los vencedores sin correr ningún riesgo.
Y no sólo se instaló con los vencedores sin correr ningún riesgo. El devenir del conflicto bélico puso a Franco como jefe único del gobierno usurpador a partir del 1 de abril de 1939 y hasta que colgó el espadón. Mañana —20 de noviembre— hará 40 años.
Regreso a lo escrito por Paul Preston: “Hasta el día de su muerte Franco mantuvo vengativamente a España dividida entre los vencedores y los vencidos en 1939. (…) consideraba la Guerra Civil como ‘la lucha de la patria contra la antipatria’. (…) La dictadura de Franco se embarcó en un proceso de ‘reconstrucción’ nacional por medio de la ejecución, el exilio forzoso, el encarcelamiento, la tortura, la humillación económica y social de centenares de miles de españoles derrotados en la contienda civil de 1936-1939”.
Franco confidencial
Así se llama un libro escrito por Pilar Eyre, que investigó exhaustivamente para hacer una semblanza fidedigna del personaje. Pilar entrevistó al médico particular del caudillo. Le preguntó por la intimidad de su célebre paciente. “Me contestó” —escribió la autora— “No existía. El general tenía dos características principales para ser un hombre frío: complejo de Edipo y maltrato paterno. Lo sé con total certeza, porque Franco perdió un testículo en África, pero además hay un detalle en su anatomía que nadie conoce y que explica su idiosincrasia: tenía una fimosis muy acentuada, el prepucio muy cerrado, lo que me permite deducir, por mi larga experiencia en estos casos, que su vida sexual fue inactiva, que después de engendrar a su hija, que era inequívocamente suya, no volvió a tener relaciones sexuales ni con su mujer ni con nadie”.
Infancia es destino y Pilar Eyre así describe el entorno infantil de aquel que los lamehuevos —en este caso sólo uno— proclamaron Caudillo de España por la Gracia de Dios: “Cuando nació, su padre, el iracundo y alcoholizado Nicolás Franco Salgado, estaba en una casa de putas. (…) Las paredes de la calle María escondieron el secreto de este padre brutal que llamaba ‘Paquita’ y ‘marica’ a su hijo a causa de su voz atiplada, consecuencia de una sinusitis crónica, que maltrataba a su mujer embarazada y que incluso llegó a romperle el brazo a su hijo mayor al encontrarlo masturbándose”.
Según la escritora, antes de ser Generalísimo, Franco sufrió un trance doloroso: “asistir con impotencia a la muerte de su amigo y segundo, Miguel Campins, a manos de Queipo de Llano. Hasta siete veces le pidió clemencia. Nunca pudo perdonar a Queipo, quien a espaldas de Franco y para vengarse de sus desprecios le llamaba “Paca la culona”.
Oí por ahí
Ésta era la explicación que se le daba al lema franquista de: “España, Una, Grande y Libre”. Es Libre porque en ella cualquiera puede criticar a la Unión Soviética; es Grande porque en ella caben todos los presos políticos que se quieran meter. Y es Una porque si hubiera Otra, allí estaríamos todos.