La desproporción de sus tarifas arancelarias es una mera maniobra de jugador de cartas. Todo terminará por desinflarse, como se desinfló Bretton Woods
En agosto de 1941, y a bordo de un barco navegando en el Atlántico norte, se reunieron y discutieron ampliamente Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill. De esos encuentros nació la Carta del Atlántico: un primer esbozo de lo que debiera ser el mundo una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.
Londres ya estaba sufriendo los bombardeos de la Alemania nazi. Estados Unidos no había entrado aún a la guerra, pero ya se le quemaban las habas por hacerlo, y sabía que era inevitable: el ataque a Pearl Harbor le dio el motivo claro, el 7 de diciembre de ese mismo año. Roosevelt previó en la guerra mundial la solución a su económía, aunque su política enfilaba a su país a ser el primer productor de carbón mundial, dos tercios del petróleo y más de la mitad de la electricidad.
La Carta del Atlántico diseñó el nuevo mundo después de la guerra, un mundo especialmente deseado por los Estados Unidos: se afirmaba el derecho de todas las naciones al igual aceso al comercio y las materias primas, la libertad de los mares, el desarme de los agresores y el establecimiento de un sistema de seguridad general.
Traducido a nuestro tiempo, la apertura a los productos norteamericanos en todos los mercados de un mundo que necesitaba recuperarse, urgido literalmente de todo.El Plan Marshall, de asistencia a los destruídos paises europeos fue un sistema ingenioso de préstamos de dólares americanos para comprar artículos norteamericanos.
En julio de 1944, cuando la guerra estaba por terminar de manera dramática, los representantes de 44 naciones se reunieronn en la ciudad de Bretton Woods, Nuevo Hampshire, para darle forma al nuevo orden mundial basado en la Carta del Atlántico.
La apertura mundial al comercio, la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y el uso del dólar norteamericano como moneda de referencia para toda la operación financiera del mundo fueron sus consecuencias.
Hacia 1945 Estados Unidos duplicó la producción industrial, concentrando el 80 por ciento de las reservas de oro, cerca del 50% del PIB del mundo con una población del 7%. Se podía dar el lujo de respaldar su billete verde con el patrón oro, garantizándolo a 35 dólares la onza.
Unos 25 años más tarde, durante la Guerra de Vietnam en 1971, Estados Unidos mandaba billetes para llevar la guerra y registró por primera vez défcit comercial. Francia y Gran Bretaña empacaron sus billetes verdes y los mandaron a Washington para recibir oro a cambio. Richard Nixon paró la convertibilidad, devaluó el dólar e impuso un arancel del 10% obligando a los antagoistas a revalorizar sus monedas. Un nuevo orden comercial había surgido.
Eso es exactamente lo que quiere hacer Donald Trump con su guerra de aranceles, fortalecer su producción interna y castigar a los que le venden. La desproporción de sus tarifas arancelarias es una mera maniobra de jugador de cartas. Todo terminará por desinflarse, como se desinfló Bretton Woods.
Por cierto, la onza de oro ayer estaba en 3,378.39 dólares.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Aunque se dice que sólo su madre lo recuerda con cariño, Juan, el charrasqueado, pasó a la historia actual de los mexicanos como un borracho, parrandero, jugador, y secuestrador de mujeres e las que abusaba. “A las mujeres más bonitas se llevaba; de aquellos campos no quedaba ni una flor”. Pues esa canción corre peligro de grave censura y prohibición, según la pudibunda señora presidente, por su apología del delito. Lo mismo el corrido de Rosita Alvírez. No importa que Hipólito esté en la cárcel dando su declaración, ni que Rosita haya tenido la fortuna de que nomás un tiro fue mortal de los tres que recibió.
Basta de paparruchadas, señora Sheinbaum. La gente va a seguir cantando las canciones que le plazcan; usualmente, son las que reflejan la realidad que el pueblo vive día con día. Y la realidad mexicana está muy lejos de su color de rosa.